Monday, July 30, 2007


Juan Forn habla de su traducción de “Mescalito”, rareza de Hunter Thompson

Arde, Doctor Gonzo

Primero como edición fantasma de 300 ejemplares y ahora traducido por el escritor argentino, llega a Chile, la última pelada de cables del periodista más osado y odioso del siglo pasado. Y de regalo, Forn nos adelanta su nueva novela.

Franco Fasola

El 18 de julio hubiese cumplido 70, pero un balazo lo voló del planeta hace dos años. Recordado como una de las plumas más afiladas de la prensa norteamericana, el excéntrico de Hunter Thompson vuelve de la mano de una traducción del argentino Juan Forn. Acá, el fundador del suplemento Radar de “Página/12” nos lleva en un viaje iniciático por las arenas movedizas de las drogas, las alucinaciones y la mayor incorrección política del creador de “Pánico y locura en Las Vegas”. Además, Forn nos habla de su nueva obsesión, “María Domecq”.

–¿Cómo defines el trabajo periodístico-literario de Hunter Thompson?

–Esencialmente, Thompson es un periodista, porque todo lo que escribió lo hizo por encargo. Como decía Tom Wolfe, era uno de los tipos menos meticulosos en cuanto a la investigación de los datos que existían, pero gran parte de sus interpretaciones delirantes estuvieron más cerca de la realidad que la de los periodistas más puntillosos de la época.

–Anárquico, la mayoría de las veces.

–Su retrato del frente interno norteamericano en la época de Vietnam es de los mejores. Los sucesivos asesinatos de Martin Luther King, Bobby Kennedy, la cama que le hicieron a los Panteras Negras para meterlos en cana y exiliarlos, él se dio cuenta. Él fue el que mejor describió, de todos los norteamericanos, la muerte del sueño sicodélico. Pero al mismo tiempo, su defensa de las armas me parece bastante desagradable.

–Parece que necesitaba siempre tener que fastidiar, como en “Mister Screwjack”, el cuento que tradujiste en “Mescalito”, donde siente deseos sexuales por su gato.

–Básicamente, el tipo quería provocar. De hecho, trató de ser alcalde de Aspen. Y estuvo a punto de ganar. Pero lo más ridículo de todo era que por lo menos el 50% de sus votantes eran amantes de las armas, como los de la asociación que tenía Charlton Heston. Thompson tenía un radar para detectar al pequeño fascista que todo norteamericano lleva dentro. Además, denigraba a las mujeres todo el tiempo.

–Aunque su trabajo era por encargo, fue fundamental en convertir la revista “Rolling Stone” en un ícono.

–Ellos siempre le preguntaban de qué tenía ganas de escribir. La combinación que se hizo entre “Rolling Stone” y Hunter Thompson se basó en que él definió en gran medida el registro verbal de la revista. Las dos mejores prosas de esos tiempos eran las de Lester Bangs [crítico musical] y Hunter. Y Bangs no iba a escribir en la “Rolling...” ni con una pistola en la cabeza. Y todos los que escribían música allí tienen esa prosa blandengue que tienen todos los periodistas de rock. Lo que le daba Hunter a “Rolling...” era filo.

–Claro, más político.

–Y no sólo político, viste. Prosa afilada, manera de pensar arriesgada, sin red debajo.

–En la carrera de Thompson también hay un intento de desdibujarse todo el tiempo.

–Me parece que ésa es una de las grandes paradojas que al propio Thompson le debe haber sorprendido. Creó una persona pública extraordinariamente áspera y polémica para la escena norteamericana. Y 20 años después se convirtió en un payaso. Las mismas cosas que antes le podían generar cárcel, después lo convertían en noticia de los programas de farándula de la tarde. Él fue el primero en darse cuenta de cómo había perdido el tren. Todos estos tipos que consiguen pelear por alguna forma de libertad de expresión, después el tren se les pasa y muchas veces se lo lleva puesto.

–Él lo hacía alevosamente, disparándose en los pies y riéndose de su propia figura.

–A diferencia de otros tipos transgresores que me resultan más atractivos, como por ejemplo Jean Genet, que nunca fue esclavo del personaje que había creado, en el caso de Thompson, debe ser porque el otro es francés y éste de Estados Unidos, donde todo lo que aparece como oposición al sistema es deglutido rápidamente.

–¿Cómo le explicarías a una persona qué significa periodismo “gonzo”, que era lo que practicaba Thompson?

–Yo creo que viene un poco de “bonzo”. En la tradición oriental eran los tipos que ardían para demostrar sus ideales. En algunos casos ardían metafóricamente y en otros en forma real, como los monjes budistas que se prendían fuego en protesta al régimen maoísta y a la guerra de Vietnam. En ese sentido, cuando irrumpe Hunter Thompson, la sensación que uno tiene es de alguien que quiere arder en nombre de lo que tiene para decir, para seguir con lo que decía Nietzsche: “Di tu palabra y rómpete”. Pero lentamente uno va descubriendo que a Thompson le gusta más tomar sustancias sicotrópicas y escandalizar a personas que se iban a escandalizar igual casi por cualquier cosa.

–¿Era un reaccionario?

–No. Yo creo que no tenía agenda política, lo único que le interesaba era la posibilidad de la transgresión. Pero la política progresista no es sólo destrucción de paradigmas reaccionarios, sino que construcción de nueva política. A él le interesaba la parte anarco-destructiva de la cuestión.

–Incluso trató de recuperar un ejemplar de “Mescalito” a punta de pistola a un fan que quería que le firmara el libro.

–Hunter está lleno de anécdotas como ésa. Por ejemplo, ¿viste el personaje del gordo samoano de “Pánico y locura en Las Vegas”? (interpretado por Benicio del Toro). Era realmente Óscar Z. Acosta, que era un abogado chicano que de hecho publicó dos libros. Y el tipo se desvaneció en el aire. Aparentemente murió el ’74, pero no hay pruebas. Los de “Rolling...” dicen que hasta 1982 le siguieron llegando viáticos de supuestas travesías haciéndole informes a Hunter Thompson.

–En “Mescalito” sus dos heterónimos (Raoul Duke y el poeta FX Leach) mueren de la manera más insólita. ¿Cuál es el mensaje?

–Adscribo a la teoría de que creía que toda persona como él tenía que arder. LCD

FORN: DE “EL GRAN GATSBY” A “MADAME BUTTERFLY” CRIOLLO

–Antes de transcribir “Mescalito” lo hiciste con “País de nieve”, de Yasunari Kawabata, y “Bullet Park”, de John Cheever. ¿Cómo llegas al proceso de la traducción?

–Es una manera de purificar. El equivalente al helado de limón entre plato y plato que comen los gourmen. Especialmente desde que vivo en Villa Gessell (ciudad costera de 30 mil habitantes) que tengo más tiempo, y me gusta hacerlo cada tanto. Tengo una propuesta para hacer tres o cuatro cosas más. Algo con una primera versión de “El gran Gatsby”, de Fitzgerald, que se llama “Trimalchio”, que en realidad es un personaje de “El satiricón”, de Petronio. Cuando Fitzgerald escribía “El gran...” salió el “Ulises” de James Joyce. Y descubrió que estaba escribiendo una respuesta perfecta, pero luego se arrepintió porque no tenía el perfil intelectual de Joyce. Luego le sacó el título y un capítulo entero.

–¿Cómo va tu novela “María Domecq”?

–Es un libro autobiográfico que parte con la historia de que aparentemente el personaje de Benjamin Pinkerton [el oficial occidental de que se enamora la geisha] en “Madame Butterfly” pudo haber sido mi bisabuelo. Eso era lo que contaban en mi familia. Un día un historiador argentino me dice: ¿usted sabe que Puccini se pudo haber basado en su bisabuelo para hacer “Madame Butterfly”? Ahí me puse a investigar y de ahí parte el libro. Sale el 1 de septiembre en Emecé.

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