Tuesday, May 02, 2006


Asesinos
Muy pocos pueden imaginar lo que pasa por la cabeza de un ser humano que disfruta degollando o masticando a sus víctimas. Desde el o los asesinos de Hans Pozo –el descuartizado de Puente Alto– pasando por “el Tila”, los internacionales Andrei Chikatilo, Pedro Alonso López, o los literarios Raskolnikov de “Crimen y castigo” o Meursault de “El extranjero”, el asesinato es tan antiguo como la humanidad. Acá, una galería siniestra de los personajes más terribles de la vida real y de los libros.
Nación Domingo

Por Franco Fasola
Génesis 4: “Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató. Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel, tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Y Él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”.
Todo comenzó hace casi una semana. Un niño de la población Marta Brunet de Puente Alto miraba impávido cómo un simple quiltro jugaba con los restos de un pie humano. Hans Hernán Pozo Vergara, un joven de 20 años que vivía dentro de una camioneta, había sido faenado y trozado como un cerdo y luego repartido a piacere por la pobla. Piernas y brazos sin manos ni pies. Una cabeza sin nariz, un rostro desfigurado. Las huellas digitales cercenadas y un tronco sin glúteos ni vísceras.
¿Cómo funcionaban los 300 millones de conexiones y 10 mil millones de células del cerebro del o los asesinos de Hans Pozo? Hasta hoy no lo sabemos, pero no se sorprenda si aparecen más víctimas trozadas por algún rincón de Santiago. Según la experiencia de la doctora Helen Morrison, autora de “Mi vida con los asesinos en serie”, “una vez que empiezan a matar, no hay modo de rehabilitarlos por completo”.
LA SUMA DE TODOS LOS MALES
En Chile y el mundo son muchos los que partieron como el o los asesinos del descuartizado de Puente Alto. Según Morrison, la tesis más estrafalaria respecto al origen de un asesino corre por cuenta del sicólogo Joel Norris, autor de “Serial killer”, quien aventura que la dieta, las carencias vitamínicas y la desnutrición inducen a actuar a un asesino en serie.
Pero más allá de eso, Morrison postula que estos asesinos actúan sin motivo alguno. Carecen de una personalidad estructurada y no encajan en las teorías comunes sobre el desarrollo postuladas por Freud o Kohut. No son sicópatas, ya que éstos tienen la capacidad de controlar sus pensamientos, acciones y sentimientos. No sufren retraso mental; por el contrario, muchos presentan un coeficiente intelectual por encima de la media. No son seres humanos sicológicamente completos, pese a ser capaces de imitar e interpretar patrones de conducta normales.
En Chile es cosa de escarbar en algún recóndito pueblo para encontrar alguno de esos especímenes que llenan las páginas policiales de los diarios.
Tal es el caso del hacha chilote de Rubén Millatureo, temporero de la pesquera Promex. En las lluviosas tierras de Queilén (Chiloé), Millatureo mató de un hachazo en la garganta a Isidro, su padre, de 74 años. Tres meses después se deshizo de Claudio Reyes Sandoval, vendedor viajero al cual le adeudaba 24 mil pesos. Luego de matarlo –también de un hachazo– lo enterró junto su padre en una leñera en el patio de su casa. Era fines de 1997.
En marzo de 1998 resolvió asesinar a María Fomantel, vecina, amiga y secretaria de la pesquera donde trabajaba. Después de mantener relaciones sexuales, Fomantel le advirtió que si seguía acosándola, lo denunciaría a Carabineros. Ante tal amenaza, Rubén tomó el hacha y la mató. Escondió el cuerpo en una pieza de su casa y volvió a trabajar. Fue detenido al día siguiente.
DARDIGNAC, DUBOIS Y OTROS CHICOS DEL MONTÓN
Mientras miraba titulares como “Tratan de dilucidar el hallazgo de osamentas en calle Dardignac”, Roberto Haebig reía placenteramente ante las especulaciones sobre el hallazgo de un cementerio indígena en su casa.
Haebig tenía muchas razones para sonreír. Había logrado deshacerse de los cuerpos de sus víctimas por medio de la misma policía, que los retiró desde su jardín creyendo que se trataba de restos humanos del mentado suelo indígena. Con lo que no contaba Haebig era que se encontraran dos cuerpos con una data de no más de dos años, ambos con perforaciones de cráneo. Una de sus víctimas fue un anticuario del mercado persa con quien tenía una deuda.
El asesino de Dardignac lo hizo pasar a su casa, le ofreció un café y le dio un balazo en la nuca, enterrándolo en el supuesto cementerio indígena. Dos meses después, un empleado sospechó algo raro y esa fue su sentencia. Haebig, gran mitómano, luego de confesar su crimen, fue condenado a 46 años de cárcel y salió libre en 1971.
Otro de los recordados en la galería de asesinos son el poético “Tila”, que se suicidó en la cárcel, y Emile Dubois, quien a principios del siglo XX cometió más de diez asesinatos, entrando a la casa de sus víctimas y matándolas sin compasión para convertirse en el primer condenado a muerte y ejecutado de la justicia chilena.
Pero tal como lo hacía Dubois en Valparaíso, en Iquique, hace algunos años, Julio Pérez Silva, el sicópata de Alto Hospicio, se convertiría en el peor asesino en serie de la historia chilena. Desde el 17 de septiembre de 1998, cuando recogió en la costanera de Iquique a Graciela Montserrat Saravia, de 17 años, a quien dijo haberle ofrecido dinero por sexo. Pero según Pérez Silva, ella habría intentado robarle. Y él la golpeó hasta matarla. Luego, lavado, peinado y con el mote de “hombre modelo y buen vecino” secuestró, violó y asesinó a más de una docena de jovencitas. Aunque fue condenado a presidio perpetuo, y quizá igual que el o los asesinos de Hans Pozo, Pérez Silva todavía no sabe por qué lo hizo. LCD
Crímenes de novela
Lúgubres o amantes desbordados. Miserables o feroces homicidas han sido carne literaria de plumas como las de Fiodor Dostoievski, Albert Camus o Ernesto Sábato.
“Crimen y castigo”, Fiodor Dostoievski
La culpa moral y los remordimientos del pobre Rodion Romanovich Raskolnikov lo llevan a matar a una vieja usurera (Alena) y a su hermana (Isabel), a quienes da muerte con un pequeño hacha en la fría San Petersburgo. Mientras, no para de pensar y queda al borde de la demencia.
“El túnel”, Ernesto Sábato
Con un cuchillo de cocina, y luego de masticar un gran desprecio por la humanidad, el atormentado Juan Pablo Castel se transformó en el asesino de su novia María Iribarne en una estancia de Buenos Aires.
“El extranjero”, Albert Camus
En la abúlica y sofocante Marrakesh, el sinsentido existencialista de Meursault aparece abominable, cuando asesina con un revólver y sin ninguna justificación a un árabe que ve en la playa, cerca de la cabaña a la que fue a pasar un fin de semana con su mujer y amigos.
Los más sanguinarios
Según Steven Egger, profesor de Criminología en la Universidad de Illinois, los asesinos en serie tienen las siguientes características: “Deben asesinar entre tres y cinco víctimas mínimo, con un período de tiempo estable entre cada muerte. Reflejan su sadismo en los asesinatos que cometen y su supuesta ‘superioridad’ frente a los demás. En su mayoría, las víctimas no guardan relación con el asesino. El motivo es sicológico pero no material. Las víctimas tienen un valor simbólico. Normalmente, el asesino las escoge por su vulnerabilidad”.
Éstos son los más notables de la historia reciente:
Pedro Alonso López: El monstruo de los Andes
300 fueron las víctimas conocidas de este hombre que deambuló desde su natal Colombia hasta Perú y Ecuador para escoger a niñas de comunidades indígenas, a quienes, confesó, violaba y luego estrangulaba mirándoles fijamente a los ojos.
Harold Shipman: Doctor Mortis
Con 215 víctimas en el Reino Unido, este doctor elegía a sus víctimas –por lo general, ancianas en buen estado de salud– en su propia consulta. Luego de sacar número, las ancianitas eran inyectadas con una dosis mortal de heroína.
Henry Lee Lucas y Otis Toole: El dúo caníbal
Entre sus viajes de caza y gente que hacía dedo en la carretera salieron las 200 víctimas de esta sanguinaria dupla que violaba, asesinaba y luego se comía los cuerpos.
Andrei Chikatilo: El ciudadano X
Así fue llamado este hombre, quien sufrió un trauma por la muerte por hambruna de su hermano. Ucrania supo de las 53 personas a las cuales descuartizó y masticó, recibiendo gran placer sexual. Nadie quería creer que en la ex Unión Soviética había un asesino en serie. Chikatilo fue detenido en 1993 y ejecutado con un tiro en la nuca.

Carne de cañón
ENTREVISTA A TRISTÁN BAUER, DIRECTOR DE “ILUMINADOS POR EL FUEGO”
Ganadora de los festivales de cine de Valdivia, La Habana, San Sebastián y del Goya español, la película que protagoniza Gastón Pauls se transformó en un gran reloj despertador que rinrinea en las cabezas de millones de argentinos. Acá, el director de “Cortázar” y de “Los libros y la noche” despabila los fantasmas de una guerra que todavía provoca suicidios y que muchos querían enterrar.

Franco Fasola
Según consta en la prensa trasandina, Romualdo Bazán fue el último de los veteranos de la guerra de las Malvinas que se suicidó. Tenía 42 años y dejó una nota donde decía sentirse muy solo. Al igual que Bazán, Vargas, el veterano que intenta inmolarse y da inicio a “Iluminados por el fuego”, fue uno de los más de 350 argentinos que no ha podido con las frías y oscuras pesadillas de esa estúpida, trágica e imposible guerra contra los ingleses, en el invierno de 1982.
Entre los vestigios de cantimploras, zapatillas y cascos militares, el director argentino Tristán Bauer (47) -que ahora prepara una historia íntima del Che Guevara- trabajó más de cuatro años la historia de Esteban Leguizamón (Gastón Pauls), quien, tras el intento de suicidio de su compañero de armas, se sumerge en los recuerdos del compañerismo, la desolación, el hambre y el miedo que, por más de cincuenta días, experimentaron esos inexpertos soldados que se enfrentaban a los temibles gurkas ingleses.
-¿Por qué has dicho que la guerra de las Malvinas actuó como una bisagra en la historia argentina?
-Porque marca el final de la dictadura militar. Acá la dictadura no cae por un desgaste feroz o el enfrentamiento de las distintas fuerzas, sino por una catástrofe en todos los terrenos: el militar y el político que significa Malvinas para Galtieri y eso nos abrió a un proceso constitucional.
-Pero los argentinos le echaron tierra a todo el desastre que tú contaste con los veteranos que se suicidaron tras la guerra...
-Cuando viene la derrota, esos soldados que, entre euforia y nacionalismo, fueron despedidos como jugadores de fútbol que van a participar de un campeonato del mundo, fueron traídos de forma oculta. La población no les dio acogida y sus jefes les hacían firmar un pacto de silencio, les entregaron un documento donde les prohibieron hablar de Malvinas. Creo que en la sociedad argentina había un sentimiento de culpa por aquellas manifestaciones tan masivas y populares que apoyaban la guerra. Hubo participación y olvido. La sociedad no quiso mirar Malvinas.
PARA NO OLVIDAR
-¿Cómo ves la función del cine como un medio para no perder la memoria histórica de un pueblo?
-No es vano que cuando estrenamos la película fueron más de 350 mil espectadores y generó todo un debate sobre el tema. Yo estoy sorprendido, nosotros hemos sido protagonistas de un fenómeno donde el cine se transforma en un hecho cultural masivo que genera toda una dinámica que lo excede. Y que de la reflexión se expande a la televisión, los diarios y la radio. El tema de los suicidios no se conocía, a pesar de las impresionantes estadísticas.
- Aunque en Argentina se ha generado todo un debate frente al tema Malvinas, el ejército se negó a ayudarlos luego de revisar el guión. Dijeron que esta era una “película de mariquitas”.
-Indudablemente en ese momento no había ningún nivel de autocrítica en el ejército. Ellos sólo hablaban de los “héroes de Malvinas” y de la “gesta de Malvinas”, y no quisieron profundizar en ninguna autocrítica, por más que los informes eran brutales y descalificadores respecto al actuar de los mandos militares. Pero creo que la película jugó un rol importante. Si bien ocurrió esto previo al rodaje y en la etapa del guión, una vez terminada, no he recibido críticas, sólo llamados de oficiales y suboficiales del ejército que agradecen esta nueva mirada.
-Trabajaste “Iluminados...” recopilando información casi como para hacer un documental. Antes lo habías hecho en “Cortázar” y en “Los libros y la noche”. ¿Cómo ves el futuro de las narraciones documentales que ahora están tan de moda?
-Es notable. Hace 15 años, cuando hicimos “Cortázar”, era una rareza que a un documental se le hicieran copias en 35 mm y se la estrenase en salas. De ese momento extraño llegamos a que en Argentina el año pasado hubo 25 largos documentales que se estrenaron. El lenguaje documental está en una dinámica notable donde la experimentación, la poética y la búsqueda de estructuras dramáticas ha superado la instancia meramente testimonial o descriptiva.
-Estuviste dos veces en la isla durante el rodaje ¿Cómo te afectó ese viaje para darle forma a “Iluminados por el fuego”?
-En la película, Gastón Pauls toma una cantimplora cuando regresa a Malvinas, hay zapatillas de los soldados. Esos pertrechos no son el invento de ningún escenógrafo, están ahí a flor de tierra. Es conmovedor recorrer todos esos campos. Cuando estuvimos en el cementerio todos lloramos. Fue un rodaje hecho entre lágrimas. LCD