Thursday, September 28, 2006


El mundo privado del premiado José Miguel Varas
Quitado de bulla
Comunista, periodista e hijo de un militar que lo dejaba sin comer pan con mantequilla por su afición a las apuestas, el nuevo Premio Nacional de Literatura habla de sus pellejerías, triunfos y de “Milico”, la nueva novela que quiere terminar a fin de año.

Por Franco Fasola

Los comentarios un tanto fríos con que el mundo literario recibió la noticia de que el escritor y periodista José Miguel Varas (78) ganaba el Premio Nacional de Literatura, parecen no enturbiar su ánimo. Humilde y quizás un tanto incómodo con la cobertura que su nombre ha tenido por estos días, no halla el momento para concentrarse en volver a escribir y dejar de recibir ramos de flores y regalos tan extraños como una cava de vinos con stock renovable por dos años, ocurrencia de una municipalidad amiga.
Varas vive en Ñuñoa, cerca de un populoso liceo y de una verdulería de barrio en la calle Exequiel Fernández. Su casa, donde comparte con su mujer y la menor de sus cinco hijas, es el departamento de una típica familia de clase media, con muchas fotos de parientes, algunas muñequitas rusas y un retrato de Salvador Allende junto a unos niños, que destaca en una de las paredes.
Fuera de cualquier ínfula, Varas supervisa la casa, contesta el citófono, el teléfono y le abre la puerta a una nieta que sube a ver a su esposa, que está en cama y con reposo. Y es que detrás de este hombre de faz dura pareciera haber alguien tímido y retraído, que incluso trata de restarle importancia a su obra y al hecho de que hace pocos días obtuviese el disputado Premio Nacional de Literatura. “Nunca he sido muy efusivo, soy muy poco expresivo con algunos sentimientos, pero con el premio ni yo mismo me reconozco. He estado bastante sentimentalón, pero ya se pasará”.
VIDA MILICA
Quizás por su intenso trabajo en radio, a muchos les habría parecido más razonable que a Varas le entregasen el máximo galardón en la categoría periodística. Pero no. Sus 16 libros publicados y principalmente –según el jurado– sus cuentos, “le han gastado los ojos con tantos flashes” y le dieron nuevo impulso para terminar una novela llamada “Milico”. Allí habla de su cercano conocimiento del mundo militar, que viene de su padre, un coronel “tropero” que publicó más de 12 libros sobre soldados; hasta sus primeras lecturas de Kafka, en la casa de su tío, el general Leocán Ponce.
“ ‘Milicos’ es sobre el mundo que he conocido desde mi infancia y el otro que no conocía, donde hay bastantes milicos brutos y brutales. No es un libro político o de tesis. Hay un personaje central, de alrededor de 40 años, que es hijo de un militar. Hay muchos elementos autobiográficos que están convertidos en novela”.
NO HAY MANTEQUILLA
En su periodístico afán de “tratar de no embellecer en el recuerdo las realidades”, como dice, comienzan a aparecer en su memoria la “Unión picaporte”, esa cofradía de estudiantes del Instituto Nacional que forman parte de “Cahuín”, su primera y prematura novela, autopublicada cuando tenía sólo 18 años de edad. También se sumerge en el recuerdo de los continuos cambios de casa, debido a los traslados de su padre a Arica, Concepción, Traiguén, Antofagasta o Punta Arenas. “Todo eso era un desastre: liquidar la casa, deshacerse de los muebles. Destruir una manera de vivir para trasladarse a otro lugar”.
Con una voz que todo el tiempo recuerda la onda corta con que transmitía Radio Moscú para tratar de sacar las vendas a una desinformada sociedad chilena, Varas se esmera –como si estuviera en un estudio y con la luz roja encendida– por contar las cosas de la manera más exacta posible, con todos los detalles de fechas y nombres.
Su padre insistía mucho en que estudiara una profesión, pero por sobre todo no quería que fuese cura ni militar. “No tenía muchas ganas de estudiar en la universidad y además en mi casa había pobreza. Los militares ganaban muy poco en ese tiempo y sospecho que eso se agudizaba un poco más de lo necesario porque mi padre jugaba a las carreras: era una sangría permanente y uno de los motivos principales de fricción con mi madre. Tenía menos ropa que cualquiera de mis compañeros. Había períodos en que no había mantequilla y a mí me encantaba el pan con mantequilla. El rancho modificaba mucho su estructura, empezábamos a comer papas con mote, con luche. Había cosas, como la carne, que desaparecían”.
INDEPENDENCIA Y POLÍTICA
Fue allí cuando decidió independizarse. Tiene tres ocupaciones paralelas. Estudia menos de dos años en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, trabaja como locutor de Radio El Mercurio y en la compañía de seguros La Metropolitana. Necesitaba mayores ingresos. Tenía 22 años y quería casarse.
En ese mismo período publica su segundo libro y su primera incursión novelesca: “Sucede”, texto parido luego que un librero de origen judío ruso –Carlos Cesarman– decidiera editar esa prosa vanguardista que, según el mismo Varas confiesa, tenía mucha influencia del norteamericano John Dos Passos.
Ya había un primer editor interesado en él cuando se inscribió como militante del partido de la hoz y el martillo. “Entré al Partido Comunista cuando éste ya había pasado a la ilegalidad. Eran los tiempos de González Videla y su régimen de represión, con los primeros campos de concentración en Pisagua”.
Su luna de miel comunista sufriría una patada en las canillas en 1959, cuando Varas estuvo tres años trabajando en una radio en Checoslovaquia. “Allí viví el socialismo tal cual era, y no me gustó”.
GENERACION DEL ’50
Aun cuando la obra de Varas se inscribe temporalmente en la llamada generación del ’50, al autor de “El correo de Bagdad” no le interesa ser clasificado con ese mote.
“El término fue inventado por Enrique Lafourcade, pero yo no participé de ninguno de esos círculos. No había una relación personal con ellos. No sé si fue por una cuestión de carácter, pero me daba cierto pudor hablar de literatura. De huevón no más. Esa generación no fue tan politizada como yo u otros que tomamos un camino de definición política más fuerte, que seguimos a Neruda como poeta y además admiramos su posición”.
Por esos años, Varas prefería participar de las tertulias literarias organizadas por Joaquín Gutiérrez, escritor costarricense y vendedor jefe de la Librería Nascimento. “Él era comunista y a las conversaciones llegaban, entre otros, Mariano Latorre, Joaquín Edwards Bello y Nicanor Parra. Eran amigos de Gutiérrez, mayores, y yo iba a escucharlos. Nunca he sido bueno para hablar, soy más bien lacónico”.
BICHO RARO
Varas participó activamente en el Gobierno de Salvador Allende. Tanto así, que llegó a ser director de prensa de TVN hasta el 11 de septiembre de 1973. Ese mismo día, junto al escritor Fernando Alegría (“Lautaro, joven libertador de Arauco”), se disponía a viajar a Isla Negra a ver a un enfermo y canceroso Pablo Neruda. Luego de hablar por última vez con él y estar algunas horas en el canal, Varas comenzaba una larga diáspora, que lo tuvo desde diciembre de 1973 hasta 1988 fuera del país. “Fui a fondearme a una casa en Bellavista, pero el lugar era pésimo como refugio: empezaron a llegar puros peces gordos. Rodrigo Rojas (director de “El Siglo”), Carlos Toro (subdirector de Investigaciones) y unos cabros huevones de la Jota, que llegaron con un canasto lleno de bombas Molotov. Era un desastre, el lugar más peligroso de Santiago. Como estábamos tan nerviosos, nos tomamos una caja de botellas de pisco y nadie se curó”. Luego vendría el asilo en Alemania Federal y la famosa y enigmática letra “L” en su pasaporte.
–¿Nunca pensó en quedarse y hacer su vida en el exilio?
–No. Nosotros vivíamos en función de Chile. Un día me comunicaron con Volodia Teitelboim, quien desde el 15 de septiembre ya estaba transmitiendo desde Moscú “Escucha Chile”. Él me pidió que viajara para ayudar al programa.
–Las razones para entregarle el premio tienen que ver con su trayectoria y principalmente por sus cuentos. ¿Por qué su trabajo no aparece mucho en las antologías que se han hecho en Chile?
–No sé. El único libro de cuentos que publiqué antes del golpe fue “Lugares comunes”, mi gran volumen de producción fue desde 1988 hasta acá. Creo que tiene que ver con que principalmente mi actividad laboral ha sido ser periodista. Como que estoy en un circuito distinto al literario. Yo no creo en que haya categorías que diferencien, pero muchos sí lo creen. Entre los escritores, un periodista es un bicho distinto. Yo siento que quedé marginado de ciertos circuitos de circulación, en parte por el exilio. No sólo desaparecí yo, sino que mucha otra gente.
–¿En qué le va a cambiar la vida el premio que acaba de ganar?
–En nada. Me lo tomo con soda. No me creo el hoyo del queque. Yo vivo de una pensión como periodista, donde recibo 450 mil pesos. La ley de exonerados políticos me dio un aporte de 20 meses de antigüedad. El premio me va a facilitar algunas cosas, a resolver problemas prácticos, me da cierto desahogo.

Tuesday, July 04, 2006


Bill Murray llega a Chile con “Flores rotas”, de Jim Jarmusch
Payaso triste
Es actor de culto para los directores más vanguardistas de la industria. Luego de dar tumbos en papeles de bajo calibre, dio en el clavo con una cómica melancolía que incluso lo llevó a ser nominado al Oscar. Este jueves se estrena la última pieza de un clown que, después de los 50, se consagró llenando la platea de risas y vacío.

Por Franco Fasola
Don Johnston es un lacónico y millonario cincuentón que acaba de ser abandonado por su última y joven mujer. Impávido, no se puede despegar de un televisor que pasa una película en blanco y negro. Mientras, una misteriosa carta rosada de una de sus tantas ex parejas le habla de un hijo perdido. Con los ojos hacia adentro, este confundido Don Juan inicia un recorrido en búsqueda de una paternidad desconocida y una larga lista de amores fracasados.
Así comienza “Flores rotas”, la última genialidad del director Jim Jarmusch y del clown Bill Murray, ese que por mucho tiempo fue sólo uno más de “Los cazafantasmas” y que ahora es actor de culto para directores como Wes Anderson (“Rushmore”, “Los excéntricos Tenenbaum” y “Vida acuática”), Sofía Coppola (“Perdidos en Tokio”) y Jim Jarmusch (“Coffee & cigarettes”).
LA RISA MELANCÓLICA
Murray tiene 56 años. Su carrera es la que quisiera tener cualquier actor cómico tipo Jim Carrey o Adam Sandler cuando pasen la barrera de los 50. Estudió en un colegio jesuita, fue expulsado de los boy scouts, de la carrera de Medicina y estuvo preso por contrabandear marihuana.
Cuando uno lo ve en “Flores rotas” sentado en el comedor de una de sus ex mujeres, preguntándose cómo puede llegar a cambiar la vida, sin inmutarse, sólo con finos gestos y la mirada ausente, nos recuerda que la actuación, más que una tarea física, es emotiva. Tal como lo hizo magistralmente en “Perdidos en Tokio”, la cinta de la hija de Francis Ford Coppola, Sofía, quien escribió el papel de un desencantado actor que está de paso en Tokio para grabar un comercial de whisky, lo que le valió una nominación a mejor actor de la Academia.
Ahí, y mientras le canta una canción en un bar karaoke a la bella Scarlett Johansson, muchos comprobaron que Murray era más que el cómico que a comienzos de los ’70 era parte de “Second city”, una tropa de improvisación teatral de Chicago. Y mucho más que sus gags en el programa “Saturday night live”.
“Quizá lo que me está ocurriendo es que ese minimalismo procede directamente de la progresiva pérdida de mis habilidades y talento interpretativos. Bueno, quizá la razón de todo esto es que aprecio más sugerir que parlotear. Creo que las emociones son más fuertes cuando se transmiten con gestos, con las miradas más que con las palabras”, dijo a la prensa mundial luego de que la película que se estrena este jueves en Santiago ganara el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2005.
LA PESTE DE HOLLYWOOD
Para este hombre, el reconocimiento llegaría después de un fracaso estrepitoso en “Al filo de la navaja”, proyecto que lo deprimió al extremo de rechazar papeles como los de Jack Nicholson en “Las brujas de Eastwick”, el de Dustin Hoffman en “Rain man” y el de Michael Keaton en “Batman”.
Es que a Murray no le gusta Hollywood y mientras rechazaba papel tras papel se fue a estudiar a La Sorbona, donde parecían entender mejor su humor. “Siempre me he sentido muy afín a la cultura y forma de vivir europeas. Me siento uno de los norteamericanos más europeos de mi país. Y me parece nefasto el aislamiento en el que el Presidente Bush Jr. nos hace vivir hacia el resto del mundo, una prepotencia a menudo basada en la ignorancia. No tengo agente ni publicista. No necesito intermediarios. Siendo una persona pública, a veces me veo fastidiosamente molestado por personas a las que no conozco. Hay otras que conozco y aprecio, otras que aprecio pero olvido fácilmente, y otras definitivamente pestíferas. Y sé cómo protegerme. Es por eso que vivo en Nueva York y no en California. No hay nada peor que estar rodeado por gente del negocio del entretenimiento con enormes fortunas”, dijo al diario “El Mundo” tras ganar Cannes con “Flores rotas”.
Bill Murray ha hecho muchas películas. Algunas buenas y otras no tanto. Pero su mayor cualidad es convertirse en un enorme espejo donde su rostro ya no le pertenece, sino que es el propio reflejo de quien lo mira.
Murray, luego de ser un paria destinado a la mediocridad, aprendió la fórmula, como dijo en una entrevista incluida en el material extra del DVD de “Rushmore”, la película que lo lanzó a una tardía y extraña devoción: “Llevar el control de mi carrera; escoger guiones buenos sin preocuparme demasiado si lo que me tocará es un protagónico o un secundario, y disfrutar de este gratificante equívoco en el que parezco haberme convertido, en una suerte de actor fetiche para los mejores directores jóvenes que, además, se ponen a escribir guiones pensando nada más que en mí... Digamos que tuve la suerte de ser loco al principio y cuerdo al final; no conviene empezar como cuerdo y terminar loco”.
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SYLVESTER STALLONE REVIVE A ROCKY, RAMBO, E.A. POE Y TIENE REALITY

Duro de noquear

Luego de la desastrosa “Driven” todos lo daban por jubilado. Tiene 60 años y aunque lo había descartado, va a volver para resucitar a dos de sus personajes legendarios y al maestro del cuento de terror. Además en “People & Arts” lo podemos ver motivando a boxeadores en un reality que es un éxito en Estados Unidos.
Franco Fasola

La boca está torcida. Los ojos parecen colgar en la cara. En la mano, su AK-47 humea frente a 149 vietnamitas muertos. Antes, la misma mueca facial de sufrimiento y poder se elevaba en el ring para buscar a su abnegada esposa, Adrian, entre el público. Mientras, la melosa y pegajosa “The eye of the tiger” zumba en los oídos. Solitario defensor de la patria o inmigrante que cumple el sueño americano.
Esa es la imagen que tenemos de Sylvester Stallone, quien con casi 60 años, pretende revivir a Rocky, Rambo y además es el conductor del reality “El retador”, exhibido en Chile en el cable y que además quiere hacer una película sobre la vida del escritor de terror Edgar Allan Poe.
Hijo de un peluquero siciliano y de una astróloga aficionada y promotora de lucha libre, Sylvester Enzio Stallone estuvo a punto de morir por darle realismo a “Rocky IV”, mientras el actor escandinavo Dolph Lundgren lo dejaba en la lona y luego en la terapia intensiva de un hospital. Pero Sly es un duro de matar. Incluso después de “Driven”, el fiasco que protagonizó junto a Cristián de la Fuente.
DEL PORNO A LA GLORIA
Antes de llegar a la fama, Sly fue expulsado de once colegios durante su juventud. Su boca chueca no es una mueca estudiada. Es la secuela de una parálisis facial que sufrió en el nacimiento. Fanático de los cómics, se quebró once huesos intentando emular a sus héroes de historieta.
Luego de una crisis existencial por su incierto futuro laboral, estudió dos años en Suiza, pagándose las clases como monitor de gimnasia para adolescentes. También trabajaría como limpiador de jaulas en el zoológico, vendedor de pizza y acomodador de cine.
Luego de su paso por la Universidad de Miami y de deambular sin éxito por cuanto casting podía, logró un papel de mediana importancia en una película de tennegers rabiosos “The lords of Flatbush”. Pero al salto de la mata estaba el éxito y el tan ansiado reconocimiento que siempre deseó.
Luego de una noche de boxeo, en que fue a ver cómo Mohammed Alí demolía a golpes a un desconocido llamado Chuck Wepner, Sly tuvo una revelación. Ante la mirada atónita de este actor fracasado -que incluso había incursionado en una película porno-, Wepner, el anónimo, aguantó 15 rounds frente al campeón. Luego de tres días insomne dictando mientras su esposa mecanografiaba, la historia de Chuck se convirtió en el guión de “Rocky”: la película que ganó tres Oscar en 1976 (mejor película, director y montaje). Claro que antes que se hiciera realidad, se le cerraron todas las puertas en su torcida boca. Finalmente, United Artists le creyó. Y se hicieron, hasta el momento, cinco largos con la historia del semental italiano que entrenaba azotando trozos de carne en el matadero y que luego conseguía gloria y fama.
LA VENGANZA DE JOHN RAMBO
Rambo, el hijo comando de la mente de Stallone, también pasó a la historia a base de balas, músculo y patriotismo muy saludable en los primeros años del gobierno de Ronald Reagan. Hasta hoy, ambas sagas han logrado más de dos mil millones de dólares en todo el mundo. Mientras, Sly saboreada su triunfo. Se separó de su mujer, Sasha Czack, que había mecanografiado Rocky y se casó con la escultural Brigitte Nielsen, historia que terminó en un rotundo fracaso.
Es dueño de la cadena de hamburguesas Planet Hollywood. Juega cricket, tiene una colección artística multimillonaria de Dalí, Monet, Botero y Warhol. “Sé que he estado interpretando papeles monosilábicos como un trozo de carne pero es que te atrapan. Firmas el contrato y te dejas seducir por la seguridad de no tener que volver jamás al lugar de donde vienes”.
Y así lo ha hecho. Luego de casi 30 años de haber saltado a la fama con la historia del boxeador que va en busca del sueño americano, Sly decidió resucitarlo. “Algunas personas piensan que no es buena idea, pero precisamente por eso voy a filmar ‘Rocky VI’”. Y hay más. Si “Rocky VI” lo dejó en la lona, espere. En cuatro meses más, el veterano de Vietnam John Rambo volverá a la pantalla por cuarta vez. Ahora tiene que salvar a su hija de 10 años.
REALITY Y POE
Stallone nos deja golpeados. Todos los martes en el canal “People & Arts” aparecerá conduciendo la nueva sensación de los reality shows norteamericanos. “The contender” (El retador) está hecho a la medida de Sly: 16 boxeadores -el latino, el joven del gueto, el matón, etc.- se enfrentarán entre sí para ver quién gana el millón de dólares de premio. La regla de oro del programa que comparte con “Sugar” Ray Leonard es que “el boxeador no pelea por él, sino por los suyos”. Y eso no es todo. Stallone además quiere incursionar de nuevo como director (su último trabajo fue “Rocky IV”, en 1985), para mostrar la vida de Edgar Allan Poe, el maestro del terror muerto en 1849 que será interpretado por Robert Downey Jr.

Tuesday, May 02, 2006


Asesinos
Muy pocos pueden imaginar lo que pasa por la cabeza de un ser humano que disfruta degollando o masticando a sus víctimas. Desde el o los asesinos de Hans Pozo –el descuartizado de Puente Alto– pasando por “el Tila”, los internacionales Andrei Chikatilo, Pedro Alonso López, o los literarios Raskolnikov de “Crimen y castigo” o Meursault de “El extranjero”, el asesinato es tan antiguo como la humanidad. Acá, una galería siniestra de los personajes más terribles de la vida real y de los libros.
Nación Domingo

Por Franco Fasola
Génesis 4: “Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató. Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel, tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Y Él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”.
Todo comenzó hace casi una semana. Un niño de la población Marta Brunet de Puente Alto miraba impávido cómo un simple quiltro jugaba con los restos de un pie humano. Hans Hernán Pozo Vergara, un joven de 20 años que vivía dentro de una camioneta, había sido faenado y trozado como un cerdo y luego repartido a piacere por la pobla. Piernas y brazos sin manos ni pies. Una cabeza sin nariz, un rostro desfigurado. Las huellas digitales cercenadas y un tronco sin glúteos ni vísceras.
¿Cómo funcionaban los 300 millones de conexiones y 10 mil millones de células del cerebro del o los asesinos de Hans Pozo? Hasta hoy no lo sabemos, pero no se sorprenda si aparecen más víctimas trozadas por algún rincón de Santiago. Según la experiencia de la doctora Helen Morrison, autora de “Mi vida con los asesinos en serie”, “una vez que empiezan a matar, no hay modo de rehabilitarlos por completo”.
LA SUMA DE TODOS LOS MALES
En Chile y el mundo son muchos los que partieron como el o los asesinos del descuartizado de Puente Alto. Según Morrison, la tesis más estrafalaria respecto al origen de un asesino corre por cuenta del sicólogo Joel Norris, autor de “Serial killer”, quien aventura que la dieta, las carencias vitamínicas y la desnutrición inducen a actuar a un asesino en serie.
Pero más allá de eso, Morrison postula que estos asesinos actúan sin motivo alguno. Carecen de una personalidad estructurada y no encajan en las teorías comunes sobre el desarrollo postuladas por Freud o Kohut. No son sicópatas, ya que éstos tienen la capacidad de controlar sus pensamientos, acciones y sentimientos. No sufren retraso mental; por el contrario, muchos presentan un coeficiente intelectual por encima de la media. No son seres humanos sicológicamente completos, pese a ser capaces de imitar e interpretar patrones de conducta normales.
En Chile es cosa de escarbar en algún recóndito pueblo para encontrar alguno de esos especímenes que llenan las páginas policiales de los diarios.
Tal es el caso del hacha chilote de Rubén Millatureo, temporero de la pesquera Promex. En las lluviosas tierras de Queilén (Chiloé), Millatureo mató de un hachazo en la garganta a Isidro, su padre, de 74 años. Tres meses después se deshizo de Claudio Reyes Sandoval, vendedor viajero al cual le adeudaba 24 mil pesos. Luego de matarlo –también de un hachazo– lo enterró junto su padre en una leñera en el patio de su casa. Era fines de 1997.
En marzo de 1998 resolvió asesinar a María Fomantel, vecina, amiga y secretaria de la pesquera donde trabajaba. Después de mantener relaciones sexuales, Fomantel le advirtió que si seguía acosándola, lo denunciaría a Carabineros. Ante tal amenaza, Rubén tomó el hacha y la mató. Escondió el cuerpo en una pieza de su casa y volvió a trabajar. Fue detenido al día siguiente.
DARDIGNAC, DUBOIS Y OTROS CHICOS DEL MONTÓN
Mientras miraba titulares como “Tratan de dilucidar el hallazgo de osamentas en calle Dardignac”, Roberto Haebig reía placenteramente ante las especulaciones sobre el hallazgo de un cementerio indígena en su casa.
Haebig tenía muchas razones para sonreír. Había logrado deshacerse de los cuerpos de sus víctimas por medio de la misma policía, que los retiró desde su jardín creyendo que se trataba de restos humanos del mentado suelo indígena. Con lo que no contaba Haebig era que se encontraran dos cuerpos con una data de no más de dos años, ambos con perforaciones de cráneo. Una de sus víctimas fue un anticuario del mercado persa con quien tenía una deuda.
El asesino de Dardignac lo hizo pasar a su casa, le ofreció un café y le dio un balazo en la nuca, enterrándolo en el supuesto cementerio indígena. Dos meses después, un empleado sospechó algo raro y esa fue su sentencia. Haebig, gran mitómano, luego de confesar su crimen, fue condenado a 46 años de cárcel y salió libre en 1971.
Otro de los recordados en la galería de asesinos son el poético “Tila”, que se suicidó en la cárcel, y Emile Dubois, quien a principios del siglo XX cometió más de diez asesinatos, entrando a la casa de sus víctimas y matándolas sin compasión para convertirse en el primer condenado a muerte y ejecutado de la justicia chilena.
Pero tal como lo hacía Dubois en Valparaíso, en Iquique, hace algunos años, Julio Pérez Silva, el sicópata de Alto Hospicio, se convertiría en el peor asesino en serie de la historia chilena. Desde el 17 de septiembre de 1998, cuando recogió en la costanera de Iquique a Graciela Montserrat Saravia, de 17 años, a quien dijo haberle ofrecido dinero por sexo. Pero según Pérez Silva, ella habría intentado robarle. Y él la golpeó hasta matarla. Luego, lavado, peinado y con el mote de “hombre modelo y buen vecino” secuestró, violó y asesinó a más de una docena de jovencitas. Aunque fue condenado a presidio perpetuo, y quizá igual que el o los asesinos de Hans Pozo, Pérez Silva todavía no sabe por qué lo hizo. LCD
Crímenes de novela
Lúgubres o amantes desbordados. Miserables o feroces homicidas han sido carne literaria de plumas como las de Fiodor Dostoievski, Albert Camus o Ernesto Sábato.
“Crimen y castigo”, Fiodor Dostoievski
La culpa moral y los remordimientos del pobre Rodion Romanovich Raskolnikov lo llevan a matar a una vieja usurera (Alena) y a su hermana (Isabel), a quienes da muerte con un pequeño hacha en la fría San Petersburgo. Mientras, no para de pensar y queda al borde de la demencia.
“El túnel”, Ernesto Sábato
Con un cuchillo de cocina, y luego de masticar un gran desprecio por la humanidad, el atormentado Juan Pablo Castel se transformó en el asesino de su novia María Iribarne en una estancia de Buenos Aires.
“El extranjero”, Albert Camus
En la abúlica y sofocante Marrakesh, el sinsentido existencialista de Meursault aparece abominable, cuando asesina con un revólver y sin ninguna justificación a un árabe que ve en la playa, cerca de la cabaña a la que fue a pasar un fin de semana con su mujer y amigos.
Los más sanguinarios
Según Steven Egger, profesor de Criminología en la Universidad de Illinois, los asesinos en serie tienen las siguientes características: “Deben asesinar entre tres y cinco víctimas mínimo, con un período de tiempo estable entre cada muerte. Reflejan su sadismo en los asesinatos que cometen y su supuesta ‘superioridad’ frente a los demás. En su mayoría, las víctimas no guardan relación con el asesino. El motivo es sicológico pero no material. Las víctimas tienen un valor simbólico. Normalmente, el asesino las escoge por su vulnerabilidad”.
Éstos son los más notables de la historia reciente:
Pedro Alonso López: El monstruo de los Andes
300 fueron las víctimas conocidas de este hombre que deambuló desde su natal Colombia hasta Perú y Ecuador para escoger a niñas de comunidades indígenas, a quienes, confesó, violaba y luego estrangulaba mirándoles fijamente a los ojos.
Harold Shipman: Doctor Mortis
Con 215 víctimas en el Reino Unido, este doctor elegía a sus víctimas –por lo general, ancianas en buen estado de salud– en su propia consulta. Luego de sacar número, las ancianitas eran inyectadas con una dosis mortal de heroína.
Henry Lee Lucas y Otis Toole: El dúo caníbal
Entre sus viajes de caza y gente que hacía dedo en la carretera salieron las 200 víctimas de esta sanguinaria dupla que violaba, asesinaba y luego se comía los cuerpos.
Andrei Chikatilo: El ciudadano X
Así fue llamado este hombre, quien sufrió un trauma por la muerte por hambruna de su hermano. Ucrania supo de las 53 personas a las cuales descuartizó y masticó, recibiendo gran placer sexual. Nadie quería creer que en la ex Unión Soviética había un asesino en serie. Chikatilo fue detenido en 1993 y ejecutado con un tiro en la nuca.

Carne de cañón
ENTREVISTA A TRISTÁN BAUER, DIRECTOR DE “ILUMINADOS POR EL FUEGO”
Ganadora de los festivales de cine de Valdivia, La Habana, San Sebastián y del Goya español, la película que protagoniza Gastón Pauls se transformó en un gran reloj despertador que rinrinea en las cabezas de millones de argentinos. Acá, el director de “Cortázar” y de “Los libros y la noche” despabila los fantasmas de una guerra que todavía provoca suicidios y que muchos querían enterrar.

Franco Fasola
Según consta en la prensa trasandina, Romualdo Bazán fue el último de los veteranos de la guerra de las Malvinas que se suicidó. Tenía 42 años y dejó una nota donde decía sentirse muy solo. Al igual que Bazán, Vargas, el veterano que intenta inmolarse y da inicio a “Iluminados por el fuego”, fue uno de los más de 350 argentinos que no ha podido con las frías y oscuras pesadillas de esa estúpida, trágica e imposible guerra contra los ingleses, en el invierno de 1982.
Entre los vestigios de cantimploras, zapatillas y cascos militares, el director argentino Tristán Bauer (47) -que ahora prepara una historia íntima del Che Guevara- trabajó más de cuatro años la historia de Esteban Leguizamón (Gastón Pauls), quien, tras el intento de suicidio de su compañero de armas, se sumerge en los recuerdos del compañerismo, la desolación, el hambre y el miedo que, por más de cincuenta días, experimentaron esos inexpertos soldados que se enfrentaban a los temibles gurkas ingleses.
-¿Por qué has dicho que la guerra de las Malvinas actuó como una bisagra en la historia argentina?
-Porque marca el final de la dictadura militar. Acá la dictadura no cae por un desgaste feroz o el enfrentamiento de las distintas fuerzas, sino por una catástrofe en todos los terrenos: el militar y el político que significa Malvinas para Galtieri y eso nos abrió a un proceso constitucional.
-Pero los argentinos le echaron tierra a todo el desastre que tú contaste con los veteranos que se suicidaron tras la guerra...
-Cuando viene la derrota, esos soldados que, entre euforia y nacionalismo, fueron despedidos como jugadores de fútbol que van a participar de un campeonato del mundo, fueron traídos de forma oculta. La población no les dio acogida y sus jefes les hacían firmar un pacto de silencio, les entregaron un documento donde les prohibieron hablar de Malvinas. Creo que en la sociedad argentina había un sentimiento de culpa por aquellas manifestaciones tan masivas y populares que apoyaban la guerra. Hubo participación y olvido. La sociedad no quiso mirar Malvinas.
PARA NO OLVIDAR
-¿Cómo ves la función del cine como un medio para no perder la memoria histórica de un pueblo?
-No es vano que cuando estrenamos la película fueron más de 350 mil espectadores y generó todo un debate sobre el tema. Yo estoy sorprendido, nosotros hemos sido protagonistas de un fenómeno donde el cine se transforma en un hecho cultural masivo que genera toda una dinámica que lo excede. Y que de la reflexión se expande a la televisión, los diarios y la radio. El tema de los suicidios no se conocía, a pesar de las impresionantes estadísticas.
- Aunque en Argentina se ha generado todo un debate frente al tema Malvinas, el ejército se negó a ayudarlos luego de revisar el guión. Dijeron que esta era una “película de mariquitas”.
-Indudablemente en ese momento no había ningún nivel de autocrítica en el ejército. Ellos sólo hablaban de los “héroes de Malvinas” y de la “gesta de Malvinas”, y no quisieron profundizar en ninguna autocrítica, por más que los informes eran brutales y descalificadores respecto al actuar de los mandos militares. Pero creo que la película jugó un rol importante. Si bien ocurrió esto previo al rodaje y en la etapa del guión, una vez terminada, no he recibido críticas, sólo llamados de oficiales y suboficiales del ejército que agradecen esta nueva mirada.
-Trabajaste “Iluminados...” recopilando información casi como para hacer un documental. Antes lo habías hecho en “Cortázar” y en “Los libros y la noche”. ¿Cómo ves el futuro de las narraciones documentales que ahora están tan de moda?
-Es notable. Hace 15 años, cuando hicimos “Cortázar”, era una rareza que a un documental se le hicieran copias en 35 mm y se la estrenase en salas. De ese momento extraño llegamos a que en Argentina el año pasado hubo 25 largos documentales que se estrenaron. El lenguaje documental está en una dinámica notable donde la experimentación, la poética y la búsqueda de estructuras dramáticas ha superado la instancia meramente testimonial o descriptiva.
-Estuviste dos veces en la isla durante el rodaje ¿Cómo te afectó ese viaje para darle forma a “Iluminados por el fuego”?
-En la película, Gastón Pauls toma una cantimplora cuando regresa a Malvinas, hay zapatillas de los soldados. Esos pertrechos no son el invento de ningún escenógrafo, están ahí a flor de tierra. Es conmovedor recorrer todos esos campos. Cuando estuvimos en el cementerio todos lloramos. Fue un rodaje hecho entre lágrimas. LCD