Thursday, September 28, 2006


El mundo privado del premiado José Miguel Varas
Quitado de bulla
Comunista, periodista e hijo de un militar que lo dejaba sin comer pan con mantequilla por su afición a las apuestas, el nuevo Premio Nacional de Literatura habla de sus pellejerías, triunfos y de “Milico”, la nueva novela que quiere terminar a fin de año.

Por Franco Fasola

Los comentarios un tanto fríos con que el mundo literario recibió la noticia de que el escritor y periodista José Miguel Varas (78) ganaba el Premio Nacional de Literatura, parecen no enturbiar su ánimo. Humilde y quizás un tanto incómodo con la cobertura que su nombre ha tenido por estos días, no halla el momento para concentrarse en volver a escribir y dejar de recibir ramos de flores y regalos tan extraños como una cava de vinos con stock renovable por dos años, ocurrencia de una municipalidad amiga.
Varas vive en Ñuñoa, cerca de un populoso liceo y de una verdulería de barrio en la calle Exequiel Fernández. Su casa, donde comparte con su mujer y la menor de sus cinco hijas, es el departamento de una típica familia de clase media, con muchas fotos de parientes, algunas muñequitas rusas y un retrato de Salvador Allende junto a unos niños, que destaca en una de las paredes.
Fuera de cualquier ínfula, Varas supervisa la casa, contesta el citófono, el teléfono y le abre la puerta a una nieta que sube a ver a su esposa, que está en cama y con reposo. Y es que detrás de este hombre de faz dura pareciera haber alguien tímido y retraído, que incluso trata de restarle importancia a su obra y al hecho de que hace pocos días obtuviese el disputado Premio Nacional de Literatura. “Nunca he sido muy efusivo, soy muy poco expresivo con algunos sentimientos, pero con el premio ni yo mismo me reconozco. He estado bastante sentimentalón, pero ya se pasará”.
VIDA MILICA
Quizás por su intenso trabajo en radio, a muchos les habría parecido más razonable que a Varas le entregasen el máximo galardón en la categoría periodística. Pero no. Sus 16 libros publicados y principalmente –según el jurado– sus cuentos, “le han gastado los ojos con tantos flashes” y le dieron nuevo impulso para terminar una novela llamada “Milico”. Allí habla de su cercano conocimiento del mundo militar, que viene de su padre, un coronel “tropero” que publicó más de 12 libros sobre soldados; hasta sus primeras lecturas de Kafka, en la casa de su tío, el general Leocán Ponce.
“ ‘Milicos’ es sobre el mundo que he conocido desde mi infancia y el otro que no conocía, donde hay bastantes milicos brutos y brutales. No es un libro político o de tesis. Hay un personaje central, de alrededor de 40 años, que es hijo de un militar. Hay muchos elementos autobiográficos que están convertidos en novela”.
NO HAY MANTEQUILLA
En su periodístico afán de “tratar de no embellecer en el recuerdo las realidades”, como dice, comienzan a aparecer en su memoria la “Unión picaporte”, esa cofradía de estudiantes del Instituto Nacional que forman parte de “Cahuín”, su primera y prematura novela, autopublicada cuando tenía sólo 18 años de edad. También se sumerge en el recuerdo de los continuos cambios de casa, debido a los traslados de su padre a Arica, Concepción, Traiguén, Antofagasta o Punta Arenas. “Todo eso era un desastre: liquidar la casa, deshacerse de los muebles. Destruir una manera de vivir para trasladarse a otro lugar”.
Con una voz que todo el tiempo recuerda la onda corta con que transmitía Radio Moscú para tratar de sacar las vendas a una desinformada sociedad chilena, Varas se esmera –como si estuviera en un estudio y con la luz roja encendida– por contar las cosas de la manera más exacta posible, con todos los detalles de fechas y nombres.
Su padre insistía mucho en que estudiara una profesión, pero por sobre todo no quería que fuese cura ni militar. “No tenía muchas ganas de estudiar en la universidad y además en mi casa había pobreza. Los militares ganaban muy poco en ese tiempo y sospecho que eso se agudizaba un poco más de lo necesario porque mi padre jugaba a las carreras: era una sangría permanente y uno de los motivos principales de fricción con mi madre. Tenía menos ropa que cualquiera de mis compañeros. Había períodos en que no había mantequilla y a mí me encantaba el pan con mantequilla. El rancho modificaba mucho su estructura, empezábamos a comer papas con mote, con luche. Había cosas, como la carne, que desaparecían”.
INDEPENDENCIA Y POLÍTICA
Fue allí cuando decidió independizarse. Tiene tres ocupaciones paralelas. Estudia menos de dos años en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, trabaja como locutor de Radio El Mercurio y en la compañía de seguros La Metropolitana. Necesitaba mayores ingresos. Tenía 22 años y quería casarse.
En ese mismo período publica su segundo libro y su primera incursión novelesca: “Sucede”, texto parido luego que un librero de origen judío ruso –Carlos Cesarman– decidiera editar esa prosa vanguardista que, según el mismo Varas confiesa, tenía mucha influencia del norteamericano John Dos Passos.
Ya había un primer editor interesado en él cuando se inscribió como militante del partido de la hoz y el martillo. “Entré al Partido Comunista cuando éste ya había pasado a la ilegalidad. Eran los tiempos de González Videla y su régimen de represión, con los primeros campos de concentración en Pisagua”.
Su luna de miel comunista sufriría una patada en las canillas en 1959, cuando Varas estuvo tres años trabajando en una radio en Checoslovaquia. “Allí viví el socialismo tal cual era, y no me gustó”.
GENERACION DEL ’50
Aun cuando la obra de Varas se inscribe temporalmente en la llamada generación del ’50, al autor de “El correo de Bagdad” no le interesa ser clasificado con ese mote.
“El término fue inventado por Enrique Lafourcade, pero yo no participé de ninguno de esos círculos. No había una relación personal con ellos. No sé si fue por una cuestión de carácter, pero me daba cierto pudor hablar de literatura. De huevón no más. Esa generación no fue tan politizada como yo u otros que tomamos un camino de definición política más fuerte, que seguimos a Neruda como poeta y además admiramos su posición”.
Por esos años, Varas prefería participar de las tertulias literarias organizadas por Joaquín Gutiérrez, escritor costarricense y vendedor jefe de la Librería Nascimento. “Él era comunista y a las conversaciones llegaban, entre otros, Mariano Latorre, Joaquín Edwards Bello y Nicanor Parra. Eran amigos de Gutiérrez, mayores, y yo iba a escucharlos. Nunca he sido bueno para hablar, soy más bien lacónico”.
BICHO RARO
Varas participó activamente en el Gobierno de Salvador Allende. Tanto así, que llegó a ser director de prensa de TVN hasta el 11 de septiembre de 1973. Ese mismo día, junto al escritor Fernando Alegría (“Lautaro, joven libertador de Arauco”), se disponía a viajar a Isla Negra a ver a un enfermo y canceroso Pablo Neruda. Luego de hablar por última vez con él y estar algunas horas en el canal, Varas comenzaba una larga diáspora, que lo tuvo desde diciembre de 1973 hasta 1988 fuera del país. “Fui a fondearme a una casa en Bellavista, pero el lugar era pésimo como refugio: empezaron a llegar puros peces gordos. Rodrigo Rojas (director de “El Siglo”), Carlos Toro (subdirector de Investigaciones) y unos cabros huevones de la Jota, que llegaron con un canasto lleno de bombas Molotov. Era un desastre, el lugar más peligroso de Santiago. Como estábamos tan nerviosos, nos tomamos una caja de botellas de pisco y nadie se curó”. Luego vendría el asilo en Alemania Federal y la famosa y enigmática letra “L” en su pasaporte.
–¿Nunca pensó en quedarse y hacer su vida en el exilio?
–No. Nosotros vivíamos en función de Chile. Un día me comunicaron con Volodia Teitelboim, quien desde el 15 de septiembre ya estaba transmitiendo desde Moscú “Escucha Chile”. Él me pidió que viajara para ayudar al programa.
–Las razones para entregarle el premio tienen que ver con su trayectoria y principalmente por sus cuentos. ¿Por qué su trabajo no aparece mucho en las antologías que se han hecho en Chile?
–No sé. El único libro de cuentos que publiqué antes del golpe fue “Lugares comunes”, mi gran volumen de producción fue desde 1988 hasta acá. Creo que tiene que ver con que principalmente mi actividad laboral ha sido ser periodista. Como que estoy en un circuito distinto al literario. Yo no creo en que haya categorías que diferencien, pero muchos sí lo creen. Entre los escritores, un periodista es un bicho distinto. Yo siento que quedé marginado de ciertos circuitos de circulación, en parte por el exilio. No sólo desaparecí yo, sino que mucha otra gente.
–¿En qué le va a cambiar la vida el premio que acaba de ganar?
–En nada. Me lo tomo con soda. No me creo el hoyo del queque. Yo vivo de una pensión como periodista, donde recibo 450 mil pesos. La ley de exonerados políticos me dio un aporte de 20 meses de antigüedad. El premio me va a facilitar algunas cosas, a resolver problemas prácticos, me da cierto desahogo.

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